top of page

Dios sin intermediarios

Por: Erika Arias

​

​

Hablar de Colombia implica pensar en sus diferentes particularidades, una de ellas es asociar al país con su consagración en Dios, a pesar de no conocer sus designios.

El país se reconoce por su diversidad en todo el sentido de la palabra y por ende sus distintas convicciones son parte fundamental. Siete de cada diez Colombianos, según el estudio ‘Del monopolio católico a la explosión pentecostal’ (2013), se inclinan por su credo en Cristo, independientemente de la religión e incluso sin ser parte de alguna de ellas. Pero estas manifestaciones se limitan a simplemente enunciarlo,  no a vivir una vida conforme a “Su palabra”.

​

Esta  creencia en un ser supremo es inculcada desde el nacimiento hasta la muerte y va ligada a múltiples actos que significan hacer su voluntad. La religión católica es una de las religiones más potentes en Colombia. Según el Centro de Investigación Pew, de Estados Unidos,  el porcentaje de católicos  pasó del 91% en 1950, al 79% en el 2014. Se dice ser creyente solamente por hábito, pero es muy común que se  recuerde a Dios solamente en momentos difíciles o en la celebración católica. La Semana Santa, en la que se recuerda que Jesucristo murió por nuestros pecados, después de tanta reflexión no lleva a nada porque se vuelve a la cotidianidad,  la discriminación, el rechazo y otras problemáticas que contradicen a  los mandamientos más importantes de Cristo.

 

No se puede decir que se posee una verdadera comunión con Cristo y por ende una vida espiritual adecuada si se vive netamente del egocentrismo y se ignoran las dificultades de los otros. En nuestro diario vivir, muchas veces, prima la preocupación de la pobreza, la preocupación por lo material y se cree que una persona es privilegiada si suple sus necesidades básicas. La necesidad es más que algo terrenal, también respecta al ser, a nuestra relación con Dios y con el prójimo.

​

Reconocer que se tiene fe en Dios supone estar espiritualmente bien, pero la realidad es otra. Vivir una vida conforme a su palabra y ser espiritualmente correcto, significa hacer todo conforme a lo que ya está escrito, sin manipular dicho contenido. No se trata de expresar algo y no hacer nada al respecto, existe suficiente palabrería que manifiesta convicciones que, en el fondo, no se conocen. Podemos persuadir a todas las personas que queramos, pero debemos ser conscientes de que nuestros actos deben reflejar lo que decimos. Dios no es una costumbre, ni un método para ser aceptados social-mente, mucho menos un relleno de conversaciones o alguien que sólo buscamos en momentos de angustia. Dios es más que todo lo que pensamos y por ende si deseamos seguirlo debemos comprometernos a lo verdaderamente escrito por Él, no es una religión la que nos hace ser espirituales, es nuestra relación con Él sin necesidad de intermediarios.

bottom of page