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Un trabajo encima de la cama

Para Susana la noche del sábado hace parte de su horario laboral. Aunque no marca tarjeta en una empresa, de las ásperas manos de diferentes hombres aparecen los billetes que le pagan por sus servicios.

Susana tiene 26 años, aunque aparenta ser mayor de 29, tiene un hijo de seis años y un trabajo poco envidiable. Esta noche viste su falda favorita, blanca, corta e incitadora. Una blusa de velo que pegada a su esbelta figura, no deja nada a la imaginación y unos zapatos que la hacen pasar de 1,65 a más de 1,70 metros de altura. Mientras ella camina por el establecimiento buscando ser llamada por un cliente ávido de una noche de placer, se da cuenta de que aún es muy temprano y dice con tranquilidad, “a esta hora la mayoría está diciéndole mentiras a la mujer para venir a este chuzo.” Luego se sienta y pide a la chica de la barra un aguardiente para entrar en calor. Dice estar acostumbrada a tomar, pero no mientras trabaja, ella siempre debe estar un paso adelante del cliente para no dar chance a algún fogoso y ser abusada. Entre las funciones que tiene en su rutina de amor para cumplir las fantasías pocas veces normales de un hombre sediento de placer, van desde 10 minutos de sexo, hasta una amplia gama de servicios que despiertan los gritos de un hombre reprimido. Ella prefiere utilizar preservativo aunque negarse le pueda costar perder el cliente.


El lugar comienza a llenarse, como si fuera una tienda de promociones, las empleadas sexuales revelen sus ganas de competir y llevarse al mejor postor a su cama. Susana se acerca a varias mesas para atender a los hombres curiosos, mostrando su seguridad, experiencia y ganas de cumplir deseos esta noche. En una de ellas hay tres hombres cuarentones, con un perfil de hacendados, tienen mugre en las uñas y un olor corporal particular; son agricultores boyacenses. Susana comienza su trabajo de la noche con uno de estos hombres, confiada en que sus servicios serán bien pagados dice, “primero los hago tomar un baño, muchos no lo hacen, pero en mi caso hace parte del juego, a ellos les gusta y a mí me ahorra malos ratos”. Según la Corte Constitucional, el Estado colombiano reconoce la prostitución como un trabajo como cualquier otro, lo que significa que una persona que se prostituya tiene derecho una estabilidad laboral con prestaciones sociales, seguro y otros beneficios. El problema radica en que la mayor parte de estas mujeres no cuentan con un contrato de trabajo escrito que respalde sus labores, lo que hace que sean explotadas por sus empleadores. Estas mujeres cuentan con un sueldo por comisión, instalaciones para laborar y sobre todo tienen la seguridad que ofrecen los burdeles, donde normalmente la puerta es escoltada por hombres del tamaño de Travolta.


Amanece en el Oasis y ha terminado la noche para todas estas mujeres. Cada una de las empleadas se dirige a su casa, unas duermen donde sus familias, otras se dirigen a apartamentos donde viven con amigas, a algunas curiosamente las recogen sus novios, las solitarias como Susana, regresan a su casa solo a dormir con el verdadero hombre de sus sueños, para ella, Thomas, su hijo.


Durante el camino a su casa cuenta que cumplió con el trabajo de un sábado, donde en un cuarto no se sabía qué era pie, mano, cama, arriba o abajo. Eran cuatro hombres que pagaron un total de 320 mil pesos por sus servicios, de los cuales el 50% corresponde a la cuota moderadora que tiene que entregar al dueño del establecimiento. Este patrón o proxeneta recibe el dinero como pago por un servicio, en mayor parte por actuar como mediador entre la prostituta y el cliente. En otros casos el personaje suele ser un extorsionista, que retiene a la prostituta bajo su control mediante amenazas y abusos violentos de tipo físico. Por fortuna, para Susana, su patrón es solo alguien que le brinda la seguridad que en la calle no encuentra.


Susana y sus compañeras de trabajo consideran que esta es una forma más de vivir y de sostener a sus familias. Sirve también para calmar placeres e incluso para suplir vicios, no importa entregar la mitad de su esfuerzo a alguien que no se lo ganó. Varias de las compañeras de Susana utilizan una parte de su dinero para comprar droga, aunque ella sostiene haber dejado de consumir desde que tuvo a su hijo. Mery Pinilla, una amiga y compañera de trabajo de Susana, dice con plena seguridad no haber visto a su amiga consumir sustancias alucinógenas. “Ella lo hacía antes como una manera de olvidarse de la familia y de sus problemas, pero no fue sino quedar embarazada y dejó de hacerlo. Yo creo que su hijo es el que la hizo recapacitar”.


“Ya es hora de darle paz al cuerpo y de limpiar el reguero que esos pobres diablos dejaron” , dice Susana, mientras termina su cigarrillo en la entrada de la casa de citas y se despide como cualquier mujer después de una jornada extenuante de trabajo.


La madre

Son las 10.00 a.m. Después de haber dormido el cansancio de una noche, Susana se prepara para ayudarle a su hijo con las tareas y llevarlo a sus clases de fútbol. Thomas tiene seis años y aún no sabe en qué trabaja Foto: Paola Fonseca 21 su madre. En las noches se pasa a la habitación de la señora Nieves Tijaro, su vecina y nana desde que tenía dos años y no pregunta por qué. “La señora Nieves no es más que un ángel que se apareció en mi vida cuando yo no sabía qué hacer con mi hijo”, dice Susana abrazando a la anciana. Esta señora le tendió la mano cuando Thomas estaba pequeño y jamás imaginó encariñarse tanto. “A mí no me importa lo que hace ella pero me preocupa que algún día no vuelva a la casa”, dice su vecina con una preocupación casi maternal.


En los días laborales, cuando el niño ya se ha ido a estudiar, Susana vuelve a su cuarto a recuperar fuerzas para la tarde y es allí cuando detrás de la falda blanca y los zapatos altos, se puede ver a la madre y a la amiga, que vive la vida a su manera. “Thomas es el fruto del amor que conocí a los 19 años, cuando creí en las buenas intenciones de un man que me conquistó durante varias noches en la calle, por el que volví a creer en una vida distinta. Pero no fue sino que yo intentara dejar mi trabajo y formar una familia con él y se convirtió en un demonio”, dice Susana desilusionada. Cuando se le pregunta sobre la posibilidad de cambiar su vida, dejando la prostitución, escéptica responde, “¿Quién le va a dar trabajo a una mujer como yo, sin estudio, con un hijo y sin saber hacer nada diferente a darle raticos ricos a los viejos...?”.


Según el plan anual de estudios (PAE), la complejidad del fenómeno de la prostitución está directamente relacionada con la situación socioeconómica del país. Factores como la pobreza, el desempleo, la falta de oportunidades, la violencia social, la desintegración familiar, el abuso sexual, la drogadicción y el alcoholismo, ayudan a explicar en cierto modo la labor de estas mujeres. En la actualidad, no hay estadísticas que contabilicen la incidencia de la prostitución en sus distintas escalas y modalidades. Por eso, si no hay cuentas, tampoco hay políticas públicas que hagan visible el problema para controlarlo, no es raro ver mujeres en condiciones indignas y humillantes de trabajo, paradas semidesnudas en el barrio Santafé, en Bogotá, y otras ofertas sexuales numerosas en Cartagena.


El Oasis pasajero

Sus ojos color miel, su cabello largo y negro, su piel morena y sus curvas de caleña, son el espejo de la realidad que desde los 17 años decidió vivir para salir de su casa, pero las heridas del alma, el abandono de su madre y la desilusión del amor, son la evidencia de una lucha, no solo difícil, sino frustrante, que escogió para el resto de su vida. Se aproxima la hora de volver al trabajo y Susana se incorpora de nuevo en su papel de trabajadora sexual, no sin antes asegurarse de que su hijo llegue bien de la escuela y que quede en manos de su vecina el resto de la noche.


Son las 5.00 p.m. y de vuelta en el Oasis Club, en el camerino, como una estrella, Susana se maquilla sus grandes ojos, los mismos que han visto todo lo que muchos no alcanzan a imaginar. Se delinea sus labios de rojo para provocar más a sus clientes y enmarca su figura con prendas sugerentes. Comienza una vez más el placer menos deseado y no tan mal remunerado para esta mujer, la cual repetirá su rutina de jueves a domingo. Ella ha perdido la cuenta de cuántos hombres han tocado su cuerpo y sobre todo de cuántos le han prometido el cielo y la tierra. Antes de comenzar con su noche laboral, le da gracias a Dios por poner una oportunidad de trabajo en medio de sus piernas, además de permitirle disfrutar con algunos amantes de su triste rol sexual.


La sociedad las llamará por distintos nombres, las señalará con sus cortantes índices y las tratará como a criaturas perdidas. Susana no se siente una víctima de ese reproche y su alma tiene sosiego cuando su cuerpo encuentra a un pasajero dueño que le deja a cambio de algo de dinero.


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