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Vía al jazz

Un viaje por el río Mississippi en barco de vapor, calles atestadas de músicos anónimos y sucesos que ocurren simultáneamente como por arte de magia, hacen que New Orleans (Estados Unidos) permanezca viva tras la tragedia del huracán Katrina. Tinta Negra viajó a la ciudad que no abandona los recuerdos del jazz y la esclavitud; un lugar magnífico para visitar este verano.

Aplausos suenan simultáneamente al ritmo de la música y al fondo, sobre Canal Street, el tintineo del tranvía se dispersa. Al este suena Stomping at the Savoy de Benny Goodman y al oeste otros músicos interpretan algo de música cajún, como Pine Groove Blues de Jo-El Sonnier.


Bourbon Street es la calle más agitada del French Quarter, discotecas, cócteles gigantes y comida grasosa son fáciles de encontrar, pero la calidad musical no es tan alta como la de la calle Frenchmen.


La música se enreda. En cada taberna hay una banda y la gente corre de bar en bar escuchándolos a todos. La entrada a algunos establecimientos puede costar entre 20 y 40 dólares, pero en otros clubes nocturnos el ingreso es gratuito. El Blue Nile, The Apple Barrel y Maison son los más populares. Allí no solo hay espacio para el jazz, sino también para géneros como el indie, soul, funk, R&B, algo de house y cajún: al interior de un bar un hombre sostiene con sus inmensas manos un saxofón tenor y en la calle, “Salio” (una banda proveniente de Georgia), entona Let it Shine. Todos trabajan por una propina.


El barman destapa una cerveza marca NOLA, la espuma se derrama por toda la barra; huele a alcohol. Son las tres de la mañana y de regreso, pasando de nuevo por Burbon Street, con la botella en la mano, los collares de las chicas descansan sucios sobre el pavimento.


What a wonderful world

El verde y el olor de los robles de Oak Alley (una plantación de caña de azúcar típica del sur ubicada a una hora de la ciudad), los árboles que adornan las mansiones de la calle Charles y el saludo de las personas en el distrito de las artes, hacen pensar en What a wonderful world, uno de los temas más populares de jazz interpretado por Louis Amstong.


Pero ese mundo maravilloso no termina allí, ni tampoco al frente de Jackson square (parque histórico del Frech Quarter), tiene su inicio en el puerto.


Debbie Fagnano intrepeta Windy de The Association a las 11:00 a.m. en su órgano de vapor. Llama con la música a los turistas para subirse al Natchez, un piróscafo que navega por el río Mississippi. Y el sonido hace eco. El pitido ensordecedor del final indica que están listos para partir y se cierran las puertas. Unos 25 dólares son suficientes para embarcar y 38 incluyen el almuerzo. Sin embargo, si de comida típica se trata, es mejor esperar hasta que el barco haya vuelto a tierra.


Las delicias del sur, cargadas del sabor africano proveniente de los esclavos de los franceses y de los esclavos inmigrantes de las antillas tras la revolución haitiana (1791-1804), son muy comunes. El crawfish o cangrejo de 27 río es cocinado en una especie de salsa picante y es sublime para el paladar. La comida del Mercado Francés, en donde se encuentran desde ostras frescas hasta Paralines (dulces con nueces parecidos a las cocadas), pasando también por la jambalaya (una especie de arroz parecido a la paella) y el gumbo (sopa de color oscuro hecha con crustáceos, muy parecida a la cazuela de mariscos) hacen de este lugar un palacio de la gastronomía. Si le gustan los riesgos, no sobra probar el cheesecake de cocodrilo (una tortilla con trozos del animal en su interior) y la muffuletta del restaurante Camellia grill que consiste en un sándwich de salami, mortadela y aceitunas marinadas.


Misterio

Calle Pirate’s Alley. Una mujer de la librería Faulkner House books dice que la línea del deseo ya no existe. Y se refiere a la línea del tranvía, que llevaba ese nombre; la misma que inspiró a Tenesse Williams para titular su obra de teatro Un tranvía llamado deseo.


En la Calle Royal los anticuarios y las galerías de Rodrigue y Alex Beard están llenas. La gente espera a que escampe. Afuera dos mujeres tocan algo de jazz. Blue moon de Billie Holiday es intrepretada por un blanco. Más lluvia, momento para huir a otra galería. El cantante cambia. Suena una voz eminente, la escena es otra, un indigente de raza negra canta A change in gonna come de Sam Cook y gana 20 dólares de propina.


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