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El templo del metal

Cerca de 100 jóvenes de distintas edades se reúnen todos los sábados a orar y escuchar la palabra de Dios. Muchos de ellos tienen cabello largo, tatuajes y piercings. Visten con ropa negra, botas militares y cinturones con taches.



Cerca de 100 jóvenes de distintas edades se reúnen todos los sába­dos a orar y escuchar la palabra de Dios. Muchos de ellos tienen cabello largo, tatuajes y piercings. Visten con ropa negra, botas mili­tares y cinturones con taches.

Son las 6:00 pm de un sá­bado cualquiera en la Iglesia Pantokrator. Lo primero que uno ve al ingresar son unas escale­ras oscuras, que le hacen pensar a cualquiera que en vez de entrar al reino de Dios, se baja por las puer­tas del infierno. Los particulares fe­ligreses entran al lugar y de pronto se escuchan acordes de metal. “Esto es como una fiesta de locos”, dice una señora desde la acera, afuera de este templo.

Ubicada en el barrio Bosa la Estación, la iglesia tiene su lugar de reuniones. Allí un grupo de fe­ligreses y músicos se ponen de acuerdo para predicar el Evangelio y la palabra de Dios. Así entre el sonido de un estruendoso metal que desprecia a Satanás, estos jóvenes comienzan a moverse frenéticamente entre pogos instigadores que invitan amar al Padre.

“Buenas tardes, hermanos”, dice Cristian González, un joven de 31 años que no parece pastor.

Después, se encienden las luces y todos se sientan en unas sillas de plástico donde aguardan con calma y se preparan con humildad para escuchar la Palabra. El culto da inicio con una oración, en la que se pide por aquellos que han llegado y por lo que no están.

Filipenses 3:12... Es lo que primero que se escucha. “No es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo adelante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí”; allí se escuchan aplausos, todos dicen Amén, le­vantan sus manos y sonríen entre ellos; los fieles están en su salsa y tienen algo en común, son estig­matizados por los que los tildan de delincuentes o satánicos, por eso es quizá que Pantokrator es el mejor templo para los metaleros, un refugio.

Seguidamente de la oración vie­nen los sonidos estruendosos de las baterías, las guitarras eléctricas y los platillos que anuncian que ya es hora del pogo que es animado por el mensaje de Jesús.



Pareciera que el ambiente se transforma, pero al mismo tiempo, mantiene el mensaje con el que se empezó: el de comunidad al servi­cio del Señor. “Vamos a llenarnos de gozo con el poder de Dios”, dice González a los feligreses y su voz retumba a través de grandes bafles amplificados.

El pastor, que al mismo tiempo es el vocalista de la banda, comienza a entonar las palabras alusivas al vencimiento del mal y el desprecio por Satanás. Cada uno en un estado de éxtasis, con Biblia en mano, canta, grita y se deja lle­var por los sonidos del metal con mensajes vehementes, “Muere, muere Satanás/ Dios, llévame al lugar santísimo/ Por la sangre del cordero redentor/ Llévame al lu­gar santísimo/ tócame/ límpiame/ heme aquí”.

Una vez terminado “el pogo” to­dos se disponen a estudiar la palabra de Dios. Las citas del libro sagrado son replicadas por los fieles que terminan dialogando como amigos. Los metaleros comienzan a analizar el mundo, un mundo al que ellos pertenecen, pero que de alguna forma quisieran cambiar.

“Pantokrator que significa Dios to­dopoderoso en griego, fue creada en el 2003 como una iniciativa religiosa diferente para jóvenes de culturas urbanas”, dice con un tono reverente González y añade, “No es un club social; el pelo largo, las camisetas negras no son un gancho para predicarle a la gente. El único atractivo es la palabra de Dios”, afirma.

El pastor que hoy lidera la iglesia aprendió a fumar a los ocho años y a los doce empezó a consumir drogas como marihuana, bazuco y pegante. Aunque para ese tiempo ya hacía parte de la iglesia cristiana, cuando terminaba el culto salía a drogarse. Desde los 14 años, dejó las drogas no ha vuelto a recaer y hoy no fuma ni toma. González participaba en actividades religio­sas como encuentros, ayunos y allí fue donde conoció a su esposa; con quien tiene un hijo de 7 años.

Indica que su misión consiste en ayudar a sus semejantes y que lo hace utilizando diferentes meto­dologías. Recuerda que alguna vez se disfrazó de payaso para di­vertir niños en la iglesia Manantial de Vida Eterna antes de ser pastor y que después, cuando descubrió su vocación, decidió estudiar en la Escuela de Teología y Misiones del Sur, de donde se graduó. Gonzá­lez dice que tiene como fin predicar el amor y la misericordia del Señor por medio del Evangelio de Jesucristo a las personas que no han tenido la posibilidad de acercarse a Dios.


Pogos para todos

Unos 15 niños, hijos de los feligre­ses, de 5 a 9 años corretean por el salón de paredes blancas que está decorado por cortinas y dibujos en los muros. Al fondo Benedicto León que asegura tener 69 años disfruta de los ritos y alabanzas metaleras, que quizá a otra per­sona de su edad perturbarían. “Es­tos cantos son para Dios, él se me­rece todo “, dice después de cantar y poguear.

Aunque la mayoría de personas que vienen al culto son ‘metale­ros’, la idea de Pantokrator es que todos “se sientan como en casa y nadie sea señalado”, comenta Adriana Ardila, la esposa del pas­tor.

Mauro Rodríguez, quien asiste a los encuentros, se siente en familia diciendo,”acá escucho la música que me gusta, pogueo y rezo en un ambiente sano. En otra iglesia dicen que uno es satánico” y esto lo indica en un tono de desazón.

Son alrededor de dos horas de rezos y bailes, tiempo suficiente para comprender que son infinitas las visiones que se tienen de la re­ligión y que no es suficiente con dejarse llevar por las ropas. Dios es lo mismo en todas partes en to­das las formas. Algunos le llaman Buda, Alá o Yahveh, pero es solo una pretensión del ser humano por reconocer su vulnerabilidad y justificar su existencia y sus miedos. Según el diario El Tiempo, en Bo­gotá hay unas 5.000 iglesias cris­tianas. En Colombia se calcula que aproximadamente, un 80% de la población es cristiana católica y el restante 20% se divide en par­tes iguales entre la iglesia cristiana evangélica y otras religiones. Sin embargo, no se encuentran cifras exactas que segmenten a los feli­greses y a sus iglesias, pues así como en Pantokrator la religión se vive a través del metal, existen otros luga­res en donde los fieles se reúnen en estos templos de salvación porque tienen preferencias sexuales dife­rentes a la monogamia.


Al terminar la reunión González explica sin titubear cuál es el sig­nificado de Dios en su vida e in­tenta así convencer a las personas que van por primera vez, “Dios es el principio y el fin. Es el padre y cuando nosotros entendemos ese concepto, comprendemos que el amor que él nos tiene ya no es cualquier amor. Es algo que tras­ciende cualquier sentimiento. Es protección, cuidado, acompaña­miento, respaldo, es amor verda­dero. La historia universal siempre se parte en dos gracias a Cristo. A través del hijo se conoce al Padre, el único capaz de sacrificarse para salvar a la humanidad del pecado”. Después finaliza, “El que esté dis­puesto a recibir al Señor como su único y suficiente salvador dé un grito de guerra y levante sus ma­nos porque en el reino de los cie­los se celebra una fiesta cuando un pecador se arrepiente”, entonces no se puede identificar cuantas personas gritan, pero todos levan­tan sus manos y repiten la oración. Al finalizar entre risas y gozos los feligreses se abrazan y se dan un apretón de manos extendiendo la Palabra al ritmo de los crujidos del metal.




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