Chipa
Ha visto el Río ante sus ojos por más de 28 años, su nombre es José Arley Vanegas y es llamado El gran pescador, Tinta Negra lo acompañó durante un día de pesca artesanal.
"Él, es un duro para pescar”, dijeron cuatro hombres reunidos en la orilla del río Aipe. Llevaban a sus cuestas unos costales de limón, pescado y madera; esperaban una lancha. De pronto, sobre una piedra húmeda con cieno blando y hojas verdes, apareció
Chipa, un hombre de piel bronceada como carbón, con chancletas azules de caucho, esqueleto rojo y pantaloneta verde.
El hombre que aparentaba unos 32 años tenía sus manos arrugadas por permanecer horas en el agua y se ajustaba una vieja careta negra que estaba remendada y que protegía sus ojos del agua. Es proveniente del municipio de Aipe (Huila) y le llaman Chipa aunque su verdadero nombre, “el del bautizo”, es José Arley Vanegas.
De niño fue entregado por sus padres biológicos a Yesid León y su esposa, una pareja humilde que desde el primer momento le brindó cariño y educación. Fue así como de niño aprendió de su padre adoptivo la técnica más rápida para subsistir cuando se ha nacido en la pobreza: la pesca. De repente, y hecho hombre, con 1.58 metros de estatura, Chipa comienza a retirar de su “chile” (atarraya) “cuchas”, “zapateros”, “bocachicos”, mojarras y otras de variedades de pescados que en un solo intento, según pescadores que llevan en ese oficio varios años, es difícil conseguir.
COMO PEZ EN EL AGUA
Su casa es muestra de la pobreza económica y allí no hay ningún lujo. Yamile, su mujer, recibe a las visitas con gentileza y algunas veces ofrece tinto mientras “El gran pescador” termina de bañarse. Las tres paredes del interior de la vivienda, que más bien parecen un cambuche, son de bloque y están adornadas con muñecas, afiches con la imagen del niño Jesús y el Papa Juan Pablo II. También penden de las paredes algunas fotos de su hija Lizeth Vanegas
Mora, entre ellas se destaca una en la que posa sonriente vestida como una reina del Sanjuanero, baile típico del Huila. Encima de una improvisada repisa hay un televisor pequeño que apenas trasmite una imagen borrosa, tiene la antena oxidada y justo al lado del electrodoméstico, dentro de un costal que cuelga de una puntilla, hay un “chile” acompañado de una careta y un filudo arpón. “¡Qiubo, que más…como están! Yo la conozco, la vi en el río bañándose. Me dijeron que quería hablar conmigo. Cuénteme, soy todo oídos”, dice Chipa tras salir del baño.
EL VIAJE
“Sus ojos grandes y vidriosos reflejaban el deseo de atacarme. Estaba solo, con el agua al cuello. La única salida era nadar hasta un peñón rodeado de palos y chamizas, que servían para defenderme. No me di cuenta en qué momento se me lanzó ese caimán tan grande. Solo reaccioné tirándomele encima luchando contra sus dientes, agarrando un palo que flotaba cerca y golpeándolo hasta herirlo. Logré salir del agua y correr a la orilla del río.
Con suerte llegaban unos canoeros que lograron ayudarme a inmovilizar al animal y subirme a la lancha.
Eso sí, herido, aporreado y cansado, pero triunfante de la muerte; porque con un monstruo de ese tamaño no se puede creer en sobrevivir”, recuerda El gran pescador antes de salir de viaje rumbo al río.
Una camioneta cuatro por cuatro de color blanco acelera por la carretera directo al puerto de Las Brisas.
El inclemente sol indica la hora: la una de la tarde. Según Andrés
Felipe Cabrera, amigo, pescador y confidente de aventuras, aquel destino es uno de los lugares favoritos de Chipa y todos coinciden en que en ese sector se consigue cualquier cantidad de pescado. Entonces, y mientras la camioneta sigue su rumbo, Chipa dice, “mire reina, yo empecé a pescar desde los diez años en el río Baché (Huila). En esa época casi no se usaban atarrayas o arpones, el que contaba con la herramienta era porque tenía dinero.
Nos tocaba pescar con la mano y con los pies” asegura. Luego explica que con pequeñas piedritas que tiraba al agua engañaba a los animales haciéndoles pensar que esa era la carnada, luego los pisaba y con la mano los atrapaba.
Los recuerdos del pescador vuelven a revolverse entre las aguas crespas del río y recuerda sus inicios en la pesca, “en aquellos tiempos, cuando era niño e iba a pescar, también solía tomar una rama del monte y le amarraba un trozo de cáñamo en la punta, de allí, brillante; pendía un afilado anzuelo con trozos restantes del pollo del almuerzo. Mi padre me prestaba su atarraya, luego me regaló una. En ese entonces yo era el más joven de todos los que iban al Magdalena a pescar, le fui quitando el miedo al río y me iba nadando hasta lo más profundo, llegaba lejos…arriesgándome solo”, cuenta.
Chipa no utiliza herramientas de última tecnología. Al contrario, él mismo crea sus “armas”. La malla, uno de los elementos que usa para poder capturar peces de forma abundante y práctica fue hecha con llantas de coche de bebé, balines de bicicletas y cáñamo. Según El gran pescador, es importante asegurar la red en un punto del río, luego la extiende dentro del agua caminando hacia la otra orilla o piedra más cercana, allí nuevamente amarra la malla con el fin de que no se la lleve la corriente. La idea es que la herramienta bloque el paso de los peces y que estos queden atrapados (enredados) en la red de nailon.
Lo que sucede es que Chipa es un sabio del río y así lo afirman sus compañeros de pesca. “Nadie como él conoce el agua donde pescamos. Él puede saber e indicar dónde hay o no hay pescado, si ésa parte del río es muy profunda, peligrosa, corrientosa o calmada. Estar con Chipa, es sentirse seguro de que nada malo va a pasar”, afirma Fabián Gutiérrez el encargado de cocinar en una olla grande un delicioso sancocho con papas, plátanos, arroz y por supuesto, el pescado del día.
Chipa en el río pesca a la antigua; de manera artesanal. Practica lo que se podría considerar un arte milenario e histórico, que se practica desde los primeros años de existencia del ser humano en la tierra y que reúne técnicas tradicionales, con poco desarrollo tecnológico. En Colombia, la pesca es una de las principales actividades económicas y es fuente de nutrición en territorios vulnerables y con pocos recursos.
Sus pies descalzos tocan la madera húmeda y vieja de aquella canoa, él rema con mucha fuerza de una orilla a otra. Mientras las aguas corrientosas hacen vibrar los nervios, Chipa dice a la tripulación “tienen que sentarse en el centro de la canoa.
Yo remo”, entonces se levanta, toma un pedazo de madera plana y ancha y se llena de valor.
De pronto, Chipa extiende su atarraya en el aire, esta se mueve como una falda con vuelo al girar en una pieza de baile. Sus brazos parecen bases de concreto y sostienen el peso de los flotadores de plomo, los 730 nudos tejidos en cáñamo y un cordel de un metro de largo, entonces dice “cuando el Magdalena está bajito, ¡así como hoy, Se pueden hacer “chiliadas tapadas”! (técnica en la que se cubren con el ataraya las piedras del fondo del río), arponeo (cuando se pesca con arpón debajo del agua) o candeliadas (una técnica en la que el pescador estando fuera del río golpea con un machete o peinilla al pescado). Si estamos de buenas podemos sacar 70 pescados, aunque les confieso, pescando solo he llegado a sacar de 200 a 250 peces de un solo intento y de toda clase”. Y es que para obtener buenos resultados, Chipa se sumerge primero en el agua para saber cómo está todo allá abajo y después lanza la red. “Mire, lo que pasa es que a mí me gusta ‘tantear’ el lugar. Yo me ‘zambullo’ o me sumerjo hasta doce metros bajo el agua y no me duelen los oídos.
De esa manera, miro qué pescado o si hay palos, piedras grandes o pequeñas, etc.”, dice.
Recoge su “chile” sin ninguna prisa y de pronto, en una sola “tanda” atrapa seis Bocachicos, dos Cuchas, un Cangrejo de Río y un
Pejesapo. Después de la sorpresa y la euforia, todo parece indicar que la teoría sobre el reloj biológico de los peces es acertada. A ciertas horas del día ellos salende su zona de confort y son más fáciles de atrapar. “Hay que saber que los peces tienen su hora de cazar. Ejemplo: el Capaz. Sale de doce del mediodía hasta las tres de la tarde, en ese momento se hace una anzueliada. Igual que en la noche. Así, la cantidad de Capaces que uno pesca, es mucha”, dice con tono conocedor el pescador.
Económicamente no se gana mucho con la venta de pescado porque en el mercado no pagan el precio que se pide o porque sencillamente hay otros vendedores, que hacen la competencia. Sin embargo, “hay muchas familias que viven de este oficio y continúan con su labor diaria” comenta
Chipa. De pronto, el pescador le aprende al pez, deja la atarraya en la canoa y con un salto se lanza al agua. Solo dice “les voy a sacar ya un pescado con la mano!”. Dos minutos contabilizados y unos cuatro metros de profundiddad.
Cinco dedos agarran una figura larga, pálida y escamosa. Aparece su rostro en la superficie, toma una bocanada de aire y sale del agua. Ha pescado un Zapatero (pez) con la mano, sin ninguna atarraya, arpón u otro elemento.
Solo su mano.
Chipa parte del lugar en su canoa mientras el canto de las aves vuela por la rivera. La puesta del sol acaricia las nubes blancas y azules con sus rayos brillantes, con manos delicadas y solo queda el pescador en el inmenso paisaje. Un hombre, que habla con la luna y con la playa, que como dice la canción de Totó la Momposina,
“no tiene fortuna, solo su atarraya”.