Las armas del Doctor Gonzo
Con una máquina de escribir, un maletín lleno de drogas, una identificación falsa de policía, grabadora y cigarrillos marca Dunhill, Hunter Thompson, un periodista norteamericano, escandalizaría a una sociedad entera con sus publicaciones. Perfil del genio del periodismo gonzo.
Su nombre era Hunter S. Thompson, se suicidó el 20 de febrero del año 2005, un mes después de la segunda posesión de George W. Bush en la presidencia de los Estados Unidos. Su funeral fue patrocinado por su gran amigo Johnny Deep, quien asumió los gastos de un cañón en forma de mano cargado con pólvora que el sábado 20 de agosto del mismo año, explotaría para arrojar por todo el valle de Aspen (Colorado) las cenizas del doctor en periodismo. Se cumpliría su voluntad, como lo había solicitado en el documental realizado por la BBC en 1978 titulado Fear and Loathing in Gozovision; habría pólvora, explosiones y alcohol. Hunter Thompson se había matado con un revólver y lo había planeado y pospuesto por 17 años, así lo revelaría la revista Rolling Stone el mismo año a través de una nota escrita a máquina. “No más juegos. No más bombas. No más paseos. No más diversión. No más nadar. 67 años. Han pasado 17 de los 50. Son 17 años más de los que yo quería o necesitaba. Aburrido. Estoy siempre insoportable. No soy divertido para nadie. Te estás volviendo codicioso. Compórtate de acuerdo con tu avanzada edad. Relájate, no te va a doler.” El afamado periodista de Louisville, (Kentucky), también conocido como el Doctor Duke, el mismo que inspiraría el personaje del tío Duke en Doonesbury, la tira cómica del estadounidense Garry Trudeau, se había destacado en la conciencia popular, por ser “un patán autodestructivo, profundamente deprimido, furioso y trastornado”, afirmaba su editor Alan Rinzler.
Sin embargo, a pesar de todos los prejuicios y especulaciones sobre su trabajo periodístico, lo cierto es que Thompson siempre fue un escritor pulido, que sufría con cada frase y su contenido, un artista de la prosa innovadora y el creador de un subgénero del nuevo periodismo: el periodismo gonzo. Su peculiar manera de escribir reportajes (siempre en primera persona), en donde la realidad resulta ser un vulgar espejismo que se confunde con la ficción o viceversa, se justifica por su avanzado estado de drogadicción. Éter, LSD, cocaína o las tres sustancias al tiempo hacían retorcer su cerebro y entonces comenzaba a tener alucinaciones. De pronto las personas se convertían en lagartos, sangre espesa inundaba la alfombra de un hotel de Las Vegas y un estruendo terrible ocasionado por enormes murciélagos le hacía sentir pánico en su libro titulado Miedo y Asco en Las Vegas (1971), una publicación que relata el viaje del escritor con su abogado a la ciudad más grande del estado de Nevada, con el fin de escribir un par de reportajes y perseguir el sueño americano, una gran farsa al fin y al cabo. La aventura que más tarde sería interpretada en la pantalla grande con la actuación de Jhonny Deep, lo único que generaría serían pérdidas en taquilla. Sin embargo, veinticinco años más tarde, el destino de la publicación sería otro. Se convertiría en un texto de culto que sería ubicado en la lista de la editorial norteamericana Modern Library, como una de las obras más importantes del periodismo. Thompson percibiría los halagos a su obra como adulaciones fuera de contexto y confesaría con cierto sarcasmo al periodista Matthew Hahn, sentirse extraño vivo. “Ya sabes, la mayoría de los autores publicados por la Modern Library están muertos. No es sorprendente estar allí. Lo sorprendente es estar aquí caminando y dándole la mano a las personas”, exclamaba con una tonalidad de ironía retorcida propia de un periodista gonzo. El escritor se convertiría en una celebridad. Llevaría consigo un sombrero de pescador, gafas de aviador, camisa hawaiana, y siempre, siempre, un cigarro empalmado a una larga boquilla que no retiraba de sus labios. Parte de su éxito se debía a su método de hacer el periodismo gonzo, en el que incluía tácticas desaprobadas por algunos de sus colegas. Entre estas eran válidos los actos fraudulentos; encarnar el papel de un policía federal o de un fotógrafo de la revista Play Boy, eran métodos que no fallaban para adquirir lo que deseaba, entradas a clubes nocturnos, acceso a áreas restringidas o a hoteles de lujo, siempre pescando información que después era publicada. Sin embargo, lo que parecía ser una táctica cuestionada por otros periodistas, para Hunter resultaba ser completamente válida y la justificaría con un decálogo para periodistas gonzos. Diría, “Nada es off the record. La actitud es: martillo y tenazas, y que Dios se apiade del que se ponga en tu camino”, “La única hora para llamar a un político es bien entrada la noche, muy tarde. Si quieres respuestas, pregúntales cuando estén muy cansados, borrachos o sin fuerzas” “Ser periodista es un buen trabajo, te permite beber con periodistas y no hay que levantarse por la mañana” “Nunca dudes en utilizar la fuerza. La fuerza resuelve problemas e influye en la gente” “Si no hay ninguna historia y quieres ir en la puta portada ¡será mejor que te las apañes para conseguir esa historia! Ya sabes: ‘no hubo disturbios hasta que provocamos uno.’”
De política y otros demonios
Para el momento en que salió publicado el libro Ángeles del infierno: una extraña y terrible saga (1966) por la editorial Ramdom House, Hunter Thompson ya había conocido el LSD. Anteriormente había desarrollado un gusto particular por las armas en el Ejército de los Estados Unidos, se había dedicado al periodismo deportivo en un diario en Nueva Jesey (1957), había trabajado para la revista Time en Nueva York (publicación de la que salió despedido por insubordinación), y comenzaba a desarrollar sus dotes como escritor, haciéndole reportería a The San Juan Star en Puerto Rico, lugar que inspiraría el libro El Diario del Ron (1959). Viajaría como un lunático por las calles tropicales de Río de Janeiro y conocería las entrañas salvajes y los indicios del pánico con la cocaína mascada y las anfetaminas, hasta volverse calvo. Pero esto era solo el inicio, el principio de la psicodelia, del gonzo, de la contracultura hecha periodismo. Thompson volvería a Estados Unidos para el año 1965 y comenzaría a escribir un reportaje que lo pondría a rodar por las calles de California de la mano de Los Ángeles del Infierno, una temida banda de motociclitas tatuados y de barbas alambradas que para ese entonces resultaban ser una pandilla de violadores y exhibicionistas. Sin embargo, solo al principio el periodista los vio con buenos ojos, como hombres “nobles salvajes”, palabras que después tendría que retirar.
Bastarían unos meses consumiendo LSD, una fiesta de dos días y una golpiza que le propinaron por defender a una chica, para darse cuenta el 12 de octubre de 1965, de que los Ángeles del Infierno, eran “un mal rollo”. Thompson brillaría fugazmente con la aparición de su reportaje sobre la pandilla de motorizados, y su trabajo se convetiría en libro, pero todo sería efímero y solo volvería a destacarse en 1970 con la publicación de El derby de Kentucky es decadente y depravado, un texto publicado en la revista Scanlan’s Monthly, que fue entregado de carrera a su editor sin ser releído. La publicación que reflejaba a “Miles de personas desmayándose, gritando, copulando, pisoteándose unas a otras y peleándose con botellas de whiskey rotas”, sería el inicio más claro de periodismo gonzo. El crítico relato sobre una sociedad americana viciosa y ebria en la que hay espacio para la ironía, las mentiras y el delirio, harían al periodista alejarse por completo de la objetividad, para recrear los hechos de otra manera, así lo afirmaría en 1997, “el periodismo objetivo es una de las principales razones por las cuales la política estadounidense se ha permitido ser tan corrupta durante tanto tiempo. No puedes ser objetivo sobre Nixon. ¿Cómo puedes ser objetivo acerca de Clinton? (…)Yo no entiendo muy bien este culto a la objetividad en el periodismo”, decía vehementemente. Clara y contundente, su posición política lo llevaría a extremos. Describiría a Nixon en He was a crook, como la escoria de los Estados Unidos, un zorrillo mal oliente que no merecía un sepelio en terreno americano, a Clinton como el hombre que había vendido el dormitorio de Lincoln en la noche, dejando caer sus pantalones. En 1970 pretendería lanzarse como candidato a Sheriff del condado de Pitkin (Colorado) prometería legalizar el consumo de marihuana pero el plan que no le salió bien y perdió en las urnas. Afirmaba que la prensa estaba al servicio de la política y en alguna oportunidad aseguró: “La prensa ha fracasado, fracasó totalmente. Particularmente The New York Times, que ha llegado a ser un bastión de la corrección política (...) sí, nos hemos convertido en una nación de cerdos”, afirmaría. 2005: un país liderado por Bush junior, ese “ pequeño monstruo traicionero”. Todo le recordaría que los tiempos del amor libre, la música y las drogas habían pasado. Solo, en su rancho, con una infección en los pulmones y una cadera rota, frente a su máquina de escribir y con uno de los revólveres de la colección de 20 que tenía en casa, sin miedo y sin asco, decidiría matarse para acabar con gonzo, ese término tan vago al que se refería el diccionario de Modern Library, que aseguraba que era todo aquel texto que él escribía. Mataría todo, pero seguiría en las librerías como el genio de un subgénero que lo desarmó, lo hizo famoso pero reconocible; no apto para seguir encubriéndose con el fin de obtener lo que deseaba, incapaz de escribir y de juzgar.