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De tener sueños a vivir soñando

Cristian David Jiménez fue lanzado por el ducto de un ascensor el 15 de julio del 2012 y aún permanece en estado vegetativo. Éste es el antes y el después de su familia.


Fotografía: Cortesía de George Acuña


En la sala de la casa de sus abuelos maternos se encuentra una cama hospitalaria. Sin las funciones básicas de su cuerpo Cristian David Jiménez no habla, no camina, no come por sí solo. Con un pronóstico neurológico aún incierto, el joven de 22 años que fue arrojado por el ducto de un ascensor, ha permanecido en estado vegetativo. Entonces, “su mirada se enfoca y es como si me mirara, pero la mayoría de veces es como si estuviera ausente” dice Diana Acuña, su madre. El daño en su cerebro afecta todo el lado derecho de su cuerpo lo que le impide moverse. Cristian David está diagnosticado con un coma vegetativo por una lesión axiomal difusa, estado que surge al recibir golpes fuertes en la cabeza. Cristian pasa una gran parte del día en su cama hospitalaria bajo el cuidado de un enfermero y aunque suele estar acompañado de su abuela Cecilia Rodríguez, sigue ausente. Rodríguez no para de hablarle mientras hace las labores del hogar, y a la hora del almuerzo Cristian siempre acompaña a la familia en la mesa acomodado en una silla neurológica similar a la de Stephen Hawking. Ahí siempre está sentado hasta la caída del sol, hora en que su enfermero de turno lo lleva de nuevo a la cama, lo alimenta con sus costosos complementos alimenticios, cambia su pañal, el cuarto o quinto del día, y limpia la cánula de traqueotomía, un tubo que conectado a su tráquea, les recuerda a todos que el joven es incapaz de respirar por sí solo. Cristian y su familia viven en el barrio Álamos Norte al noroccidente de Bogotá, y los dispendiosos cuidados a los que debe ser sometido se han convertido en una interminable rutina. Pero la jornada de la casa que hoy parece más un hospital que una residencia no siempre fue la misma. 17 crónica Atrás quedaron los hobbies y estudios de este músico estudiante de Derecho que, si bien era considerado por muchos como un hombre introvertido, muy consentido y consentidor, era talentoso con la guitarra y la batería.

Dicen sus allegados que tocaba estos instrumentos desde los 10 años, llegó a tener banda con la que hacía “toques” a los que acostumbraba a llevar a su hermana, siempre con la idea de involucrarla en lo que él amaba, cuenta su madre. Sin embargo, pese a su amor por la música, decidió estudiar Derecho, una decisión que en principio sorprendió a la familia pero que luego fue apoyada por su tía, que ejerce esta profesión. Cristian inició su carrera en la Universidad Cooperativa pero por cuestiones de la vida decidió cambiarse y homologar en la Universidad Católica de Colombia, en donde cursaba segundo semestre cuando sucedió la tragedia.

Una de tantas fiestas

–Nos vemos mañana –dijo Cristian a su hermana Paula la noche del accidente. Los hermanos siempre solían salir juntos de fiesta y regresar ambos a casa, a la misma hora. Regresaban cuando notaban que el ambiente rumbero se tornaba pesado o cuando ya estaban cansados. Pero esa noche Cristian salió solo, sin su hermana. La fiesta no sería diferente a otras. Trago de por medio, amigos y mucho rock. De pronto, cuando los sonidos frenéticos de un hardcore se volvieron más agresivos, todos se agruparon para hacer un pogo.

Los jóvenes hacían maromas con el cuerpo, lanzaban empujones y patadas como rindiendo tributo a los Sex Pistols, hasta que uno de los tantos golpes perdidos llegó a la nariz de Andrés Ruiz. De pronto, se desató una batalla que pretendía detener la pelea. Jefferson Flores le recordó a sus amigos que el motivo que los reunía era su cumpleaños y los separó. El grupo de Andrés Ruiz abandonó el apartamento con la supuesta intención de evitar un altercado mayor. El anfitrión, Harold Villanueva, declaró la fiesta terminada. Hasta el momento la riña propia de un imprevisto estaba dentro de una noche normal con copas de más.

La desdicha

Cristian estaba alicorado en el sofá de la casa, más tarde el parte médico indicaría que tenía grado tres de alcohol. La fiesta había terminado, pero aún los asistentes permanecían en la vivienda recordando entre risas el altercado ocurrido. Andrés Ruiz salió del apartamento y unos minutos después regresó con más gente. “El grupo de jóvenes no tenía características psicó- patas. Eran jóvenes estudiados de diferentes carreras, como Psicología o Administración de Empresas, uno no se espera de gente educada una reacción así¨, dice Diana Acuña con un tono de desazón. Cristian fue sacado del apartamento a empellones por los amigos de Andrés Ruiz.

Estaba solo, no se podía mantener en pie. Estaba rodeado, trataba de defenderse aunque no era la mejor opción, los atacantes en un acto de cobardía, ganaban en número de diez a uno. Ellos eran diez, pero fue agredido por siete, siete de los diez, porque según Diana, a los demás les era imposible acercarse a su hijo. Cristian estaba solo, sus amigos Jefferson Flores, Freddy Piñeros, Julián Rodríguez y Bryan Cortés ayudaban a una muchacha a tomar un taxi afuera, por lo que no pudieron intervenir. Cristian solo en el pasillo del quinto piso del bloque 34, fue pateado y golpeado.

Cristian Jimenez fue arrastrado como le sucedió a Héctor con Aquiles. Nicolás Dussan, uno de los implicados, lo agarró del pelo y con su cabeza abrió la puerta que da al ducto del elevador, dejando la puerta en vaivén, oscilante como un péndulo. Dussán lanzó a su víctima por el ducto del alevador “como si fuera una bolsa de basura”, dice Diana y sin siquiera verificar el estado de Jiménez, salió del conjunto con sus cómplices.

Los amigos de Cristian subieron y bajaron las escaleras del edificio en busca de su amigo. Recorrieron las habitaciones y pasillos del apartamento, pero fueron las huellas de sangre de afuera, el preámbulo del escalofriante hallazgo de Cristian, quien cinco pisos más abajo, se hallaba completamente inconsciente. Aquel suceso marcaría el inicio de una pesadilla que aún, asumen los familiares de la víctima. Tras la caída, Cristian se sumió en un sueño interminable del que aún no sale, porque las afecciones en su cerebro le arrancaron la movilidad de su cuerpo, la fuerza de sus manos para tocar la guitarra y la voz de su garganta.

El aviso

George Acuña se encontraba con unos amigos en un apartamento al norte de la ciudad. Una sola llamada de mal augurio en la madrugada bastó para indicar que algo andaba mal. Cristian se encontraba en grave estado de salud en la Clínica Colombia, pero nadie comprendería la gravedad de las heridas, pues al principio se trataba de una simple riña. George y Diana acudieron al hospital y constataron que ese rostro de aquella persona en apuros, que no podían identificar, era el de Cristian. “El pronóstico no fue bueno”, relata Diana, “la inflamación de su cabeza era tal que desfiguraba su rostro al punto de ser irreconocible”, afirma. La preocupación tomó otro rumbo cuando le dijeron a su madre que su hijo había llegado a la clínica sin signos vitales. Antes de que los médicos decidieran que lo más conveniente era inducir al paciente en un coma, Diana logró acercarse a su hijo y al escucharla, él apretó su mano, “él sabía que yo estaba ahí”, dice su madre.

Impunidad

La sanción iba por buen camino. Se hablaba de un mínimo de nueve y un máximo de 28 años de prisión, los iban a judicializar por homicidio en grado de tentativa.

Los cargos fueron imputados: Hans Alberto Acuña de 20 años y estudiante de la UNAD fue culpado como coautor propio y posteriormente enviado a la cárcel Modelo; Andrés Ruiz, estudiante de Enfermería fue declarado como autor intelectual y enviado a la cárcel Modelo de Bogotá. Ramiro de Jesús Gloria, estudiante de Ingeniería Civil; Manuel Francisco Abril, estudiante de Psicología; Camilo Andrés Beltrán, estudiante de Administración fueron juzgados como coautores impropios y sometidos a prisión domiciliaria. Mientras tanto, Nicolás Dussán escapaba de la ley. Aunque inicialmente las autoridades afirmaban que si el victimario aceptaba sus cargos podía ser sentenciado hasta por 48 años de prisión, un año después, al entregarse, las autoridades coincidieron en que el joven sería condenado a 9 años y dos meses de cárcel, sentencia dada por homicidio agravado en calidad de tentativa. Desde esa primera audiencia la justicia parecía estar haciendo una labor memorable aunque como dice Diana “ ninguna pena sería suficiente”. Sin embargo, tres años más tarde, la misma justicia cambiaría de opinión y daría una pena irrisoria a los atacantes de Cristian. Aceptando los cargos, cinco de los implicados obtendrían casa por cárcel y pagarían solo seis años y siete meses de prisión domiciliaria.

El sueño

Cristian tenía sueños y ambiciones, quería vivir y respetar la vida de los demás, esto aseguran las personas que tuvieron la suerte de vivir junto a él. Por desgracia, personas ajenas lo sumieron en un sueño profundo que se pierde en sus pupilas, distraídas, ausentes. Quizás, allá, en lo profundo de sus ojos cerrados aún reposan esos sueños, aún su batería y su guitarra en la casa de los Acuña o quizás escuche lo que se dice de él. “Alguna vez yo estaba recordando en el cumpleaños de César, uno de sus tíos, cuando Cristian era un niño y no tenía dientes. Estaba recordando que Cristian solo tenía los caninos. Yo les decía a los demás que él, de niño, se parecía a chiqui-drácula y que él pedía hamburguesa mostrando los colmillos, como un vampiro. De repente Diana lo volteó a mirar y Cristian estaba sonriendo, sonriendo después de dos años en estado vegetal…”, relata George Acuña. Por ahora, en una cama hospitalaria Cristian David Jiménez sigue durmiendo, mientras a su alrededor los suyos guardan la esperanza de que despierte porque tras la sonrisa de aquel día, reapareció un leve reflejo del Cristian, que salió aquella noche de su casa.


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