1/4 de milla en Tocancipá
El automovilismo es un deporte que despierta pasión alrededor del mundo. Año tras año son miles las carreras que se corren y con ellas vienen los respectivos ensayos libres y pruebas clasificatorias. Uno de nuestros reporteros se subió al mundo de los piques, esta es su crónica sobre ruedas.
Todos los jueves en la noche el alumbrado del autódromo se enciende. Allí comienzan a ingresar a la tribuna personas de todas partes del país que llegan con el objetivo de medir sus habilidades al volante. La atmósfera se calienta desde antes de las seis de la tarde. Durante el día la pista se limpia, se ponen los conos, se alista el partidor, se conectan los sensores y las luces; la zona de pits (el lugar de la pista donde se preparan los autos), y todo queda listo para recibir a unos 200 vehículos de todas las gamas y con toda clase de modificaciones. Los comisionados de carrera revisan por última vez el trazado (la ruta que recorrerán los competidores) a las 5:30 p.m, así lo dice Luis Martínez mientras mueve un
El automovilismo es un deporte que despierta pasión alrededor del mundo. Año tras año son miles las carreras que se corren y con ellas vienen los respectivos ensayos libres y pruebas clasificatorias. Uno de nuestros reporteros se subió al mundo de los piques, esta es su crónica sobre ruedas. “Desde esa hora uno está buscando que todo esté en orden para la competencia, aquí cualquier cosa que no esté donde debe, puede arruinarlo todo”. La boletería está vendida casi en su totalidad; sin embargo, afuera también hay taquilla para aquellos que no alcanzaron a comprar sus entradas. $35.000 pesos es la suma que se paga por automotor, suma que “cubre la partición en la carrera, servicios médicos y una pequeña cuota que se queda para el autódromo”, explica Camilo Rojas, un muchacho que no pasa de los 18 años y que se dedica a atender la taquilla. Solo hasta las siete de la noche las puertas del autódromo se abren. Entonces más de dos centenares de autos empiezan a desfilar uno tras otro buscando la zona de mixta (parte de la pista donde pueden coincidir personas y autos sin peligro) allí, es donde corredores y acompañantes ajustarán algunos detalles como la cantidad de aire en las ruedas, el embrague del motor, el turbo etc. El ruido de los motores comienza y va subiendo el volumen de la música. Los espectadores miran fijamente a la pista, al principio permanecen en silencio esperando a que los autos empiecen a correr y después gritan; como si sus voces fueran gasolina para impulsar más los vehículos. Para ser fieles a la verdad, uno no sabe para dónde mirar porque hay carros que lo dejan simplemente sin aliento, ya sea por el modelo del vehículo, el sonido del motor, o simplemente, porque todo en conjunto es, según el corredor Esteban Manrique, un “fierro”. Después de pasar un par de horas caminando entre los autos, las casetas de comida y tras oír las discusiones de los asistentes sobre el posible ganador de siguiente “pique, decido que también quiero correr. Me dirijo al parqueadero donde he dejado mi automóvil, un Hyundai i35 con 1797centímetros cúbicos, nada despreciable. Comienzo la fila y después de 45 minutos por fin estoy en el partidor.
El rival
Al otro lado de la pista hay un Kia Cerato con casi las mismas características de mi carro, pero sin turbo. Después de correr averiguo que el nombre del piloto es Juan Arias. Las luces se encienden, la sangre se me agolpa en el pecho y en la boca hay un sabor extraño producido, supongo, por la adrenalina. Aprieto las manos duro contra el volante y me doy la bendición. La luz verde se enciende. Acelero, pongo segunda, tercera, cuarta y quinta; apenas unos segundos después de comenzar paso de los 100 km/h. El Cerato está detrás de mí, no entiendo cómo, pero gané. Hay que ser sincero, lo único que se me ocurrió decir mientras celebraba fue “Le gané marica, le gané.” Supongo que es la combinación de la emoción y la incredulidad. A esta altura de la velada Esteban, el dueño del BMW Serie 2; unas acompañantes de Víctor Monsalveá, dueño de un Mitsubishi Lancer (carrazo para piques) Mariana Rodríguez, la del Audi rojo, y tres veces vencedora esta noche ya son como amigos de toda la vida. Me felicitan y no pueden creer mi triunfo. Las risas van y vienen hasta que una de las hijas de Víctor, me dice que si voy a correr otro. Todos me miran esperando una respuesta. Lo pienso y finalmente le digo que de una.
Hay que comenzar de nuevo la línea. Ya en el camino un muchacho que tendrá 20 años me grita “¿Corremos o qué? usted tiene mejor carro, hágale sin miedo, le apuesto la Coca-Cola.”, con una sonrisa y con un sentimiento de camaradería le digo que sí. Su nombre es Sebastián López; y afirma que es la segunda vez que corre en el autódromo porque antes corría en los piques ilegales, pero, terminó prefiriendo la seguridad evitándose el peligro y a que la Policía le quitara el carro. ¬ “¿Ya corrió solo?”, pregunta. Le respondo afirmativamente. “Corra el siguiente pique con alguien que lo acompañe, la cosa es distinta.” Miro a ambos lados y veo a las gemelas, las hijas de Víctor. Le propongo a Camila venir conmigo para correr por segunda vez. Camila tiene 20 años, es alta, no debe pesar más de 55 kilogramos, es rubia y de ojos verdes, y dice que viene al autódromo desde los cuatro años . “Mi papá nos trae desde pequeñas, recuerdo que la primera vez que vine me asustaba con el ruido de los motores; ahora no me imagino un jueves sin esto. ¿Quieres un consejo? Piensa que esto es lo último que vas a hacer en la vida y acelera a fondo”, dice con la propiedad de cualquier experto . Tres, dos, uno. Acelerador a fondo. Esta vez el tiempo pasa más despacio. Termina el pique y para quedarme aún más atónito, vuelvo a ganar. “La suerte de principiante”,
Le digo a Camila que me sonríe desde el asiento del copiloto y me responde “puede ser, pero tienes madera, deberías venir más seguido a correr”. Le dedico una sonrisa grande y suelto un “seguramente vuelva”.
El final de la noche
A las 12:45 am el frío se vuelve insoportable. Parqueo mi Hyundai i35 al lado del Lancer del padre de Camila. Los amigos que hice durante la jornada me felicitan entre risas y bromas. La noche fue una oportunidad increíble para recordar viejos tiempos con mi papá con quien solía venir cuando yo era pequeño. Los autos se van enfilando hacia la salida, los espectadores aplauden, las luces empiezan a apagarse. El ruido de motores y ruedas que unas horas atrás inundaba el aire comienza a desaparecer y la paz de la noche retorna a su lugar. Cada quien emprende el camino de vuelta a su casa en mitad de la noche y el autódromo quedará atrás esperando a que dentro de ocho días sus visitantes vuelvan.