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El arte del grafiti conquista nuevos espacios

Las calles de Bogotá llaman la atención por su color y por su arte. Los grafitis, que antes no eran tan bien aceptados, están presentes por todos los lados. Actualmente reciben más admiración de la socie­dad y atención por parte de la Alcaldía.

Bogotá es una galería de arte a cielo abierto que tiene mi­llares de espectadores. Los colores de los grafitis dan vida a la capital y actualmente están sa­liendo de las paredes de la ciudad para ganar espacio en galerías y locales en donde hoy es posible encontrar desde camisetas hasta cuadernos, prendedores y stickers que cuestan entre cinco mil pesos y cincuenta mil pesos.


Según el diseñador gráfico Jo­hann Quintero, más conocido en el medio como THC, quien es grafitero desde hace unos 20 años, es muy difícil sobrevi­vir como artista, pues su trabajo muchas veces no es remunerado y si cuenta con suerte le regalan el material para hacer los grafitis. No obstante, sus necesidades fi­nancieras lo obligaron a llevar el arte urbano a plataformas más comerciales. “Inicialmente em­pezamos pintando solo paredes, pero por cuestiones económi­cas decidimos sacar productos, el primero fueron camisetas”, dice THC.


La galería Dibs, localizada en La Candelaria, se encarga de mos­trar el trabajo de unos 30 grafi­teros que exponen sus obras en el local. Pero además de la nueva tendencia de poner a la venta las obras y objetos diseñados por los artistas urbanos, en la ciudad, desde hace años, hay un espa­cio para los interesados en el tour de grafiti. Este tour, que es acompañado por un guía, lleva a los visitantes a recorrer algunas calles de Bogotá con el fin de visibilizar y prestar mayor aten­ción a los detalles, haciéndoles comprender mejor el mensaje que el autor quiere transmitir a su público.

Bogotá respira grafiti y además de artistas locales, la ciudad llama la atención de grafiteros de todo el mundo. Hace unos meses visitó la capital Rienke Enghardt, una reconocida artista holandesa que con su proyecto “Hope Box” busca pintar paredes deterioradas en diversas partes del mundo con el objetivo de revitalizar estos sectores y dar más vida a la ciudad. En Bogotá, y con la colaboración de otros artistas locales, la artista dejó su marca en la estación de tren de La Sabana. Además de pin­tar paredes, Enghardt puso en marcha una serie de talleres de arte con estudiantes en escue­las de Colsubsidio. Por su parte, el artista español “El Pez” que ha ilustrado paredes por varios paí­ses, también dejó su marca por las calles de Bogotá. Sus grafitis se caracterizan por la presencia de peces coloridos que sonrien. Uno de sus murales más cono­cidos puede ser visto en la calle 100 con Autopista Norte.


Actualmente los grafitis no están solamente presentes en las ca­lles, ganan más espacio también en las galerías de arte. El Centro Colombo Americano de Bogotá, que es una fundación que tiene el objetivo de fortalecer vínculos culturales entre Colombia y Esta­dos Unidos, recientemente abrió un espacio llamado “Más allá de la pared”, en el que se exhibie­ron varias muestras del arte ur­bano entre las que se encontra­ron obras de artistas nacionales como “Guache” y “Toxicómano” y también artistas internacionales. Además de la exposición, hubo espacio para talleres, conversato­rios, visitas guiadas y proyección de películas.

El curador de esta exposición, Juan David Quintero, cuenta que los museos tienen una res­ponsabilidad y obligación como ente cultural, de esta manera es importante incluir al grafiti para que las personas tengan conoci­miento de lo que está en las ca­lles y se familiaricen con este tipo de arte, que muchas veces no es tan apreciado. Por eso las exhibi­ciones también dan visibilidad al trabajo de muchos artistas apor­tando a sus obras un valor eco­nómico agregado. El precio de estas depende de cada pieza, y va desde los cien mil pesos hasta los veinte millones de pesos.


“El grafiti es muy importante para la ciudad, para las perso­nas, para los artistas. Es relevante porque tiene una carga política, tiene una ideología, un contexto, es una herramienta contestataria pacífica, entonces yo creo que no podemos dejarlo de lado”, dice el curador.


Todavía el tema de llevar los gra­fitis a las galerías no deja de ser controversial y existen diferentes puntos de vista al respecto. La artista plástica Azul Luna, cree que el espacio real de este tipo de arte es la calle. “Es chistoso que los grafitis estén expuestos en una galería, porque la calle es su museo. El mural es salir de un espacio restricto, como lo son los museos, que son frecuentados solo por ciertos círculos sociales. El grafiti está en la calle para estar visible a todos los ojos y lo bo­nito es que muchas personas lo pueden mirar y pueden reflexio­nar sobre él al aire libre”.

La escena en Bogotá

El grafiti es una intervención ar­tística realizada comúnmente en el espacio urbano. Y la cuestión sobre su vida surge porque, así como se aprecia de un día para otro, este tipo de arte puede ser cubierto por una capa de vinilo blanco y posteriormente esa pared, que ha sido blanqueada como un lienzo, puede volver a ser intervenida resurgiendo como el ave fénix, entre las cenizas.


Los grafitis no siguen ninguna re­gla, su única ley es la libertad de expresión del artista, que tiene la posibilidad de utilizar la técnica o trabajar sobre un tema especí­fico que puede expresar incon­formismo con la sociedad o el Estado. Algunos grafitis son muy elaborados, mientras que otros resultan ser una frase, una decla­ración de amor o el nombre del autor que tenía la intención de dejar su marca en alguna pared.


Las técnicas para ilustrarlo son variadas y todo depende del tiempo, de los recursos finan­cieros y de las preferencias del grafitero. Los dibujos pueden ser hechos con esténcil, spray o pinceles. El “Bombing” que es la técnica de firmar nombres o es­cribir frases en las paredes no es tan aceptado, pues según THC las personas valoran más las piezas elaboradas. No obstante, el “bombing” es el primer paso en el mundo del grafiti mientras que los murales son el esplendor de un grafitero en camino por la senda del arte.


Al comienzo todos empiezan con una raya y con el tiempo van evolucionando. THC afirma que el movimiento en la Bogotá de los años 70 y 80 surgió solo son frases de carácter político, y que por esta razón, era un tipo de arte condenado por aquellos que lo veían como contamina­ción visual y rebeldía.


Actualmente, los grafiteros si­guen teniendo problemas con la Policía y con la aceptación de la sociedad. THC cuenta que la opinión de las personas es muy dividida, existen los que no va­loran estas pinturas como arte y creen que esta práctica es una depredación del espacio pú­blico. “Aquellos a los que no les gustan los grafitis, generalmente son personas que tuvieron malas experiencias, seguramente por­que alguien firmó la puerta o el muro de su casa”, dice.


En 2011 la Alcaldía Mayor de Bo­gotá comprendió que el grafiti necesitaba recibir una atención especial y por eso se pusieron en marcha una serie de proyectos y discusiones en torno a la prác­tica, con el fin de reglamentarla. El Instituto Distrital de las Artes (IDARTES) y Bogotá Humana co­laboraron con el lanzamiento del libro Bogotá, Arte Urbano – 80 grafitis que es una colección de fotos de murales de la ciudad. De la publicación fueron impre­sos tres mil ejemplares que pos­teriormente se obsequiaron a los ciudadanos. De esta manera, aquellos grafitis que tal vez no so­brevivieron al vinilo blanco y los cambios climáticos, siguen vivos gracias al poder de la fotografía que sigue dando cuenta de los diversos modos de libertad de ex­presión que por un periodo ador­naron los callejones y paredes de esta ciudad de concreto.


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