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Rojo, el color de las sonrisas


El payaso sana como lo hace el médico, pero sin tener título. Su objetivo es ayudar a los demás, ser buena persona, ver a sus pacientes a los ojos y brindarles compañía.

Esta labor no es cosa fácil porque tener sentido del humor se convierte en toda una receta. Y como todo medicamento puede terminar siendo perjudicial para la salud, en el caso de los clown, si no hace reír no sirve, pero sí se logra, la habitación de un hospital puede dejar de ser fría y aburrida y convertiste en un espacio lleno de alegría y colores, por eso hay que entrenarse. Ponerse un tutú, vestir pantalones con lunares de colores, un par de zapatos viejos, una nariz roja y mucho tiempo disponible es indispensable para comenzar el tratamiento del humor.


Fernanda Annahí es payasa hospitalaria. Con tan solo 18 años esta de cabeza en este colectivo social llamado Payasos hospitalarios. Estudia arquitectura en la universidad Surcolombiana de Neiva, pero por ahora está de vacaciones, y su destino no ha sido la playa ni un lugar exótico. Junto con su amigo Julián asiste a una reunión de payasos hospitalarios en Bogotá. Este encuentro que se da aproximadamente cada tres o cuatro meses, surge gracias a un grupo en Facebook en donde se convoca a los voluntarios que buscan aprender, mejorar su práctica y desean hacer parte de una red de payasos hospitalarios del país.

El encuentro se lleva a cabo en un salón comunal de Villas de Granada, tiene una capacidad de unas 80 personas. Esta actividad dura un día desde 9:00 A.M hasta las 3:00 P.M. Reunidos en el centro del salón, veinte personas se agrupan formando un círculo. Fernanda se destaca entre un grupo de jóvenes vestidos con jeans y camisetas porque usa un vestido naranja. Algunos son demasiados tímidos, solo sonríen y están entre los 18 y 25 años. Los globos que previamente fueron comprados se reparten entre los asistentes quienes los inflan y dejan posteriormente en el piso, luego todos se despojan de sus chaquetas y bolsos y las famosas narices rojas aparecen coloradas como stops.


Para promover la confianza, Daniel Mera, uno de los participantes, da inicio a unos juegos dinámicos, como La gallinita ciega, la cual consiste en que uno de los presentes debe vendarse los ojos y tratar de atrapar a los demás. Luego vienen las presentaciones artísticas, en donde se trata de improvisar una obra de teatro.

A Fernanda le tiemblan las rodillas, las mejillas se le encienden y le sudan las manos. Los nervios no se le quitan todavía, aunque realice presentaciones frente a otros payasos o frente a los enfermos, pues confiesa que “ser payaso no es hacer el ridículo como muchos creen, en realidad hacer reír es un arte, a los pacientes hay que llegarles con un buen espectáculo, es por eso que el toque, es la espontaneidad”, asegura.

Entonces un despliegue de cualidades se transforma en magia y Ani, como le llaman sus amigos, sonríe y transmite tranquilidad, como lo describe Julián entre risas “Ani la de los labios rojos y sonrisa blanca que tiene sus sueños e ideales claros”.

Pero esta payasa que dedica sus días entrenándose para hacer reír, tras los zapatos viejos y el vestido naranja, anhela convertirse en la mejor arquitecta, trabajar en Roma y regresar a su ciudad con la oportunidad financiera para planificar obras en lugares donde la gente no tiene ni la oportunidad de un techo digno.

La rutina de Ani gira en torno a sus responsabilidades con el estudio y la familia, excepto los fines de semana, porque los dedica al voluntariado. Todos los sábados a las nueve de la mañana, ella junto a sus amigos, se preparan. Ella se maquilla, se disfraza, hace ejercicio y camina por la calle repartiendo abrazos. Finalmente cuando logra ir al hospital –puesto que en ocasiones este acceso es denegado por los administrativos– saluda a las personas en recepción y sube a las habitaciones para divertir.

No hace reír por dinero sino porque le nace, “entré gracias a un amigo. Él me invitó a unirme y me causó curiosidad. Accedí porque es una buena forma de ayudar y encontrar amigos de muchos lugares”, cuenta Fernanda para quien esta clase de labores son la mejor forma para hallarse así mismo. Asegura que lograr conectarse y entender el dolor de los pacientes es una tarea laboriosa pero no imposible y que se ha enfrentado a situaciones en las que observa cómo una enfermedad destruye una vida y acongoja una familia.

Los payasos como sanadores

Comienza a reírse con una risa vergonzosa. Julián dice que esa es su reacción cuando recuerda la primera vez que hizo clown. Mientras todos estaban conectados con los pacientes a Fernanda le costaba un poco, se limitaba a seguir las dinámicas hasta que se fijó en cómo la gente del hospital parecía alegrarse al verlos, entonces suspira y dice “una vez a una de las pacientes no quería tomarse una pastilla que era muy importante en su tratamiento de cáncer, así que decidí contarle una historia de princesas. Al final ella me sonrió, se tomó el medicamento y dijo ‘cuando vuelvas me regalas una tiara” en ese momento Ani supo que en medio de la adversidad surgen sonrisas que lentamente se transforman en carcajadas.

Según estudios de Columbia University, patrocinados por el Richard and Hinda Rosenthal Center for Complementary and Alternative Medicine, las intervenciones de los payasos hospitalarios no son tóxicas, no producen efectos contrapuncentes, sino que se observan cambios positivos en los que el comportamiento y ánimo tanto del paciente como sus acompañantes cambia y es terapéutico porque “La atención a los niños enfermos va más allá de la medicación y la tecnología. Ellos no entienden esas cosas, pero sí la seguridad y la diversión que proporciona los payasos. Cuando un niño empieza a reír, significa que probablemente empieza a sentirse mejor. Yo veo a los payasos como a sanadores” afirma Dr. John M. Driscoll Jr encargado del estudio publicado en Kindsein Magazine.

Cuando se le pregunta a Ani cómo percibe el mundo, su sonrisa se va y trae una mueca a su boca, entonces afirma que el entorno esta pintado con tonos grises. “Es difícil cambiar el mundo, pero nosotros podemos dar esperanza a aquellos que la han perdido, quiero decir, el mundo tiene la oportunidad de ser mejor y más alegre”, dice suspirando.

Se percibe un pequeño silencio pero Ani mira a su amigo y comienza a contar una anécdota. “Una vez mientras íbamos regalando abrazos de camino al hospital, una señora comenzó a llorar, después me comentó que acababa de perder a un ser querido. Yo no encontré las palabras para tratar de apoyar a la señora, así que la persona que dirige nuestro grupo en Neiva le tomó la mano y dijo ‘todo estará bien’, parecían palabras simples pero la forma en que las dijo parecía correcta, porque la señora lo abrazó fuertemente y le dijo ‘la cosa no es lo que se dice, sino cómo se dice’, se sentía comprendida”.

La regla de vida de Ani es “siempre ser amable y sonreír a cualquier persona enfrente tuyo, porque no sabemos si aquella persona esta pasando por algo peor”.

Luego de una de las prácticas, uno de los chicos anima la última parte de la dinámica que consiste en dar abrazos de oso. Entonces la cara de Ani cambia, porque sabe que así como la tristeza tiene un fin, el cual es sacar el dolor que se tiene, el hacer sonreír tiene como objetivo cambiar la vida de los pacientes o al menos su día.


Ser payaso hospitalario es como asumir el rol de un médico pero sin título, porque su objetivo es ayudar a los demás, ver a sus pacientes a los ojos y brindarles compañía, su diferencia es que el ser payaso va más allá de lo ordinario, tienen su toque sutil y excepcional. Según Sebastián Romero médico pediatra del hospital universitario mayor (Méredi) de la cuidad de Bogotá, “es importante que el niño tenga un ambiente lo menos hostil a la hora de enfrentar una enfermedad, porque eso les genera bastante angustia y estrés, sumado a la carga emocional que tienen los padres u acompañantes. Los payasos hospitalarios ayudan al tema de la aceptación, de la realidad, de una manera distinta. Ayudan a hacer felices a los pacientes frente a lo que viven, e incluso los ayudan hasta acostumbrarse a los objetos que tienen, como el tapabocas, por ejemplo”.


A pesar de que siempre ha existido la fobia por los payasos, sea por incidentes pasados, para estos voluntarios de la risa, el atuendo es un tema que puede ser irrelevante, porque lo más importante y que jamás debe faltar es una nariz roja. No obstante, portar esta particular bolita de ping-pong en la nariz no es cualquier cosa, pues se requiere de preparación. Entonces, antes da dar por terminada la jornada, Fernanda se quita su nariz de plástico, la guarda en su bolsillo y reitera que el humor es la mejor medicina para el dolor y que la medicina está dada por “el rojo, que es el color de la sonrisa”.

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