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Tras bambalinas en el Teatro Libre


Ante los ojos del espectador todo se debe ver fácil y divertido, nada puede salir mal, pues todos los actores saben cuál es su trabajo y la importancia que tiene su rol. Hoy Tinta Negra descubre qué sucede tras el telón de Un hombre es un hombre, la obra que se presentará en El Teatro Libre de La Candelaria hasta el 9 de diciembre.

Mientras las risas y los aplausos inundan la noche de viernes en el Teatro Libre, detrás del telón los nervios y la ansiedad se apoderan de los actores que corren por todos lados organizando los detalles para la próxima escena. Al ritmo la música en vivo, los actores acomodan cajas, indumentaria, armas y cascos en un cuarto negro que no está a la vista del espectador. Si el público disfruta de la obra y no es consciente del movimiento y los errores que se evidencian tras bambalinas, han cumplido su misión. Todo esto hace parte del mundo mágico del teatro.

El Teatro Libre cuenta con dos sedes en Bogotá, una en la localidad de Chapinero y otra en el barrio de La Candelaria, esta última es una casa que con el tiempo se adaptó para que sirviera de teatro. Con más de 40 años al servicio del público, ha presentado más de 100 historias entre las que se encuentran: La vida es un sueño, Crimen y Castigo, Los Hermanos Karamazov, Romeo y Julieta, y La Orestiada.

Desde el 2 de noviembre hasta el 9 de diciembre, de jueves a sábado a las 7:30 P.M., se estará presentando en el Teatro Libre (sede Centro) la obraUn hombre es un hombre, una comedia que relata la historia de Galy Gay, un estibador irlandés persuasible. Un día, cuando sale a comprar pescado se encuentra con tres soldados británicos a quienes les hace falta un hombre para cumplir sus propósitos de guerra. Al presentarse frente a su sargento sin el soldado Jimmy Jones, deciden convertir al estibador en su cuarto hombre; para que eso pase, emborrachan a Galy Gay con cerveza, lo engañan y chantajean para que no tenga otra opción más que hacer parte de su comitiva.

A dos horas de que comience la función, los actores poco a poco van entrando al camerino para alistar su vestuario y maquillaje. En el lugar hay lockers, espejos alrededor, sillas y maletas tiradas en el piso. En la parte trasera hay una mesa en la que están unas botellas de licor llenas de Pony Malta. Algunos comen y toman café para calentarse. “Cuando se empieza a comer, a tomar café y a conversar con los amigos se quita la calle de encima”, expresa Germán Naranjo un veterano de teatro que con más de 30 años de experiencia en este arte ha participado en otras obras como: La vida es un sueño y Romeo y Julieta.

Las personas no conocen la inversión de tiempo y dinero que hay detrás de un producto teatral, por lo que pueden llegar a protestar por el valor de las entradas. “Muchas veces uno escucha que la gente se queja de que la boleta es cara, que deberían ser gratis, pero ellos no saben que esto es un trabajo de muchos meses. Con una gran cantidad de personal que está trabajando en pro de la función”, dice Miguel Diago director auxiliar de la obra, quien se graduó de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas como Director de Escena. Así es como en este proyecto se invirtieron más de 80 millones de pesos.

Mostrar en una hora y 50 minutos el trabajo que durante 6 meses se realizó, es el objetivo principal de todo el elenco de la obra. Trabajaron todas las semanas por la tarde para crear la escenografía, la utilería, los efectos especiales y en los detalles de iluminación. “Mi personaje se ha construido con varios ensayos. Antes de salir a escena la idea es asumir el rol, creerte tu personaje”, dice Carlos Castro, estudiante de Arte Dramática de la Universidad Central, quien está próximo a graduarse y cuya preparación incluyó entrenamiento militar.

Aunque cada intérprete se sabe de memoria la obra y ha actuado varias veces, no puede evitar sentir nervios, ansiedad y entusiasmo antes de enfrentarse a un público que va a estar atento a cada detalle, por eso todo tiene que salir tal cual se planeó. Así lo expresa Alejandra Guarín, con más de 24 años de experiencia en el teatro. “Antes de entrar a escena siento emoción y el corazón latir más rápido. Siento entusiasmo”.

Lo mismo le pasa a las personas de dirección y de logística. “Antes de que empiece la obra siento nervios, porque esta obra tiene muchas cosas técnicas que no son de actuación, sino de problemas técnicos”, afirma Carlos Martínez, asistente de dirección quien ha trabajado en el Teatro Libre por 37 años en obras como Almas muertas y Entremeses.

La hora de la verdad

Cuando ya es momento de abrir las puertas para que los espectadores entren, los actores se dirigen a un cuarto ubicado al lado derecho del escenario para no ser vistos. El teatro está oscuro y de un momento a otro el reflector se enciende y se da comienzo a la obra. Las luces se bajan un poco a la hora de realizar los cambios de escenografía. “Así el espectador tiene la oportunidad de ver todos esos juegos, todos esos artilugios y trucos con los que cuenta el teatro para tener una puesta en escena diversa”, afirma Wilson Peláez quién se ha dedicado por 7 años a construir escenografía para obras de teatro. Los actores trabajan a oscuras, pisan fuerte el suelo con sus botas y cantan en un tono fuerte para no perder la atención de los espectadores.

En pocos minutos, los soldados se transforman en monjes, se ponen una máscara y rellenan sus vestidos con espuma para simular una panza, después se enfilan y entran al escenario. Todo transcurre en un tiempo veloz, no hay espacio para la equivocación. Sin embargo, nada es perfecto, y los errores se hacen presentes, pero el elenco de una manera ágil los soluciona.

Los actores en la oscuridad del backstage aprovechan cada intervención musical para bromear y bailar. Luego vuelven a estar serios, toman su equipamiento militar para encarnar su personaje y salen. Por otro lado, escuchar a las personas reír y ver que disfrutan de la obra, reconforta a los actores y les da a entender que están haciendo bien su trabajo, pues no hay nada mejor que las carcajadas del público para llenar de emoción y orgullo a cada persona que hace parte del elenco.

Entre ovaciones y aplausos los actores hacen la venia y le agradecen al público por su asistencia. El teatro se comienza a desocupar y los actores se dirigen al camerino para quitarse el vestuario y el maquillaje, para así dar por terminado otro día en el que hicieron lo que aman.

El ambiente rústico y colonial del Teatro Libre, representativo del barrio La Candelaria, no ha perdido su esencia en décadas. Los 200 puestos de color rojo vivo han quedado vacíos, el escenario de madera queda en manos de los asistentes de escena. A su lado, el cuarto oscuro se llena de utilería que ha sido ubicada de manera desordenada al terminar y apagar las luces. El camerino de este mediano teatro, que por más de 38 años ha recibido artistas arriesgados a entrar en otras pieles, despide a cada intérprete y espera el siguiente día una vez más el ruido, la ansiedad y los nervios de actores emocionados por entrar a escena.


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